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Son definidos como síntomas B en la clasificación de Ann Arbor: la pérdida de peso superior a un 10% del peso corporal, una fiebre superior a 38º C, inexplicada y persistente, y una sudoración nocturna profusa durante los seis meses previos al diagnóstico. Las localizaciones habituales de afectación extraganglionar son, por orden de frecuencia: la médula ósea, el hígado, el pulmón, el pericardio y la pleura. Otras localizaciones menos frecuentes son la piel, el hueso y el cerebro, que suelen observarse en recaídas generalizadas y extensas de la enfermedad. En un 10-15% de los casos puede haber prurito, sobre todo en las extremidades, que puede llegar a ser severo; a veces precede al diagnóstico de EH en varios años y su reaparición puede preceder a la recaída. La EH se caracteriza desde el punto de vista clínico por la presencia de una inmunodeficiencia celular desde el momento inicial de la enfermedad, la cual se refleja en una mayor predisposición a las infecciones fúngicas, bacterianas y víricas y se manifiesta en una disminución selectiva de los linfocitos CD4 circulantes. Una vez establecido el diagnóstico de EH, es necesario conocer la extensión de la enfermedad para poder iniciar el tratamiento más adecuado. Este estudio implica la determinación del estadio de Ann Arbor que ha sido modificado en la clasificación de Cotswolds. El reconocimiento de los factores pronósticos es muy importante para determinar el tratamiento más adecuado para cada paciente. Los más relevantes son: a) La edad avanzada: es pronóstico desfavorable debido a una tolerancia menor a los tratamientos más agresivos y al hecho de que los pacientes más mayores suelen presentar formas histológicas desfavorables, como la DL, que a su vez se asocia con estadios más avanzados de la enfermedad (III y IV).
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