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Los síntomas de la manía son un estado de ánimo anormal, elevado, eufórico o irritable, exagerada autoestima, disminución de la necesidad de dormir, verborrea o tendencia a hablar más de lo que es habitual en el sujeto, fuga de ideas o experiencia sujetiva de que el pensamiento está acelerado, distraibilidad o tendencia a que la atención se desvíe hacia estímulos externos irrelevantes, aumento de la actividad intencionada o agitación psicomotriz, implicación excesiva en actividades placenteras que implican riesgo (gastos económicos excesivos, indiscreciones sexuales). Con frecuencia se observa tendencia a la ingesta excesiva de alimentos o al abuso de alcohol. Aunque es posible que uno o más episodios aislados de manía se presenten a lo largo de la vida del sujeto, lo más frecuente es que se alternen con episodios depresivos, constituyendo el cuadro que actualmente se denomina trastorno bipolar (en sustitución del término psicosis maniacodepresiva). Históricamente el término manía definía cualquier forma de alteración psíquica. En el siglo XIX, se utilizaba como término genérico para referirse al delirio o la locura. Si predominaba un síntoma se hablaba de monomanía o locura parcial. El concepto de monomanía fue introducido por el psiquiatra francés Esquirol. Término que se fundamentaba en la consideración de que el sujeto estaba puntualmente enfermo, permaneciendo por lo demás inalterada su capacidad de raciocinio y su afectividad. Se acuñaron al menos cien monomanías diferentes. Probablemente del concepto de monomanía derivó el uso coloquial del término manía para asignar simplemente una forma de conducta especialmente caprichosa, particular o llamativa del sujeto. Muchos de los términos de monomanía han permanecido hasta la actualidad pero no con su antiguo significado referente a un delirio parcial, sino como síntomas pertenecientes a una entidad psicopatológica (p.
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