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Pasando a un ejemplo: cuando en el campo visual de una leona hambrienta aparece una cebra, el estímulo visual llega a la corteza visual primaria y se integra en las áreas visuales secundarias y en las multimodales, hasta aquí es una sensación. Pero la imagen de la cebra no es como la del río en el que está abrevando, la cebra para la leona tiene un sentido preciso, es una presa comestible. En cambio, para un hombre que ve la misma escena, la sensación nerviosa es similar pero, a diferencia de la leona, en la cebra ve un animal de gran belleza y agilidad, que está alerta para huir del animal depredador, etc. El significado, la intencionalidad, en definitiva la percepción, es muy distinta en el animal y en el hombre. La percepción, con lo que tiene de consciencia e intencionalidad, es pues un proceso distinto al de la sensación, lo que lleva consigo una diferencia en cuanto a las facultades en las que se desarrollan: la sensación es proceso neurológico, con una vía y unos centros nerviosos bien conocidos, mientras que la percepción no tiene una localización cerebral, sino que es un proceso metaneuronal. En efecto, con la percepción se inicia un proceso de reflexión que permite, tanto al animal como al hombre, tomar conciencia de lo sentido. Esta consciencia no puede radicar ni en las neuronas aisladas ni en las unidades funcionales, constituidas por redes neuronales a las que Eccles ha dado el nombre de «dendron». A las neuronas solo llegan impulsos nerviosos codificados, pero no vemos u oímos impulsos codificados, sino la imagen visual o auditiva de los objetos sentidos.
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