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Se asocia, típicamente, a una infección sintomática o asintomática. El 25-50% de los niños con infección urinaria tienen reflujo (si son menores de un año, el 70%; si tienen cuatro años, el 25%; si tienen doce años, el 15%). El 30-60% de los pacientes con reflujo vésico-renal tienen cicatrices renales. El 70% de los niños con cicatrices renales padece reflujo vésico-renal. Las cicatrices renales se producen sobre todo en menores de cinco años y por asociación de reflujo e infección. Son la consecuencia más grave del reflujo vésico-renal. Pueden conducir a una atrofia renal y, excepcionalmente, son la causa de una insuficiencia renal crónica. El diagnóstico se realiza mediante una cistografía de relleno (prueba radiológica en la que se introduce, mediante una sonda, contraste en vejiga, que evidencia el reflujo ascendiendo por los uréteres). El objetivo del tratamiento es evitar infecciones, evitar cicatrices y asegurar el crecimiento renal. Como quiera que el reflujo vésico-renal se cura espontáneamente en una proporción alta de pacientes, está indicado un tratamiento conservador no quirúrgico en los pacientes grado I y II. En estos casos, el tratamiento consiste en profilaxis antibiótica en bajas dosis, para evitar la infección, que cuando no existe evita siempre la aparición de cicatrices renales. Los buenos resultados son del 80% en estos casos. En los grados III y IV la indicación de cirugía está justificada. Las técnicas quirúrgicas consiguen la resolución del reflujo en el 90% de los casos. Son técnicas extravesicales (la más conocida, técnica de Gregoir) o intravesicales (la más utilizada es la técnica de Cohen y la más clásica la técnica de Ladbetter-Politano).
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