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Aumentó, además, la producción de tapices, que decoraban las paredes de palacios y casas señoriales, y cobraron especial auge el arte de la miniatura y la pintura de caballete sobre tabla, fácil de transportar y muchas veces destinada a componer retablos.
Durante los siglos XIII y XIV, la pintura era lineal, muy estilizada, de ritmo curvilíneo y dominada por el dibujo y la elegancia formal. La plenitud del románico dio paso, poco a poco, a unas figuras con cierto sentido del volumen, colocadas sobre fondos planos, casi siempre dorados, y, más tarde, con cierto amago de paisaje. Los temas pictóricos procedían de las hagiografías (vidas de los santos), las Sagradas Escrituras y, también, de los relatos caballerescos. Al igual que sucedió con la arquitectura y la escultura, este primer estilo de la pintura gótica tuvo también su origen en Francia, por lo que fue llamado francogótico. Sus mejores manifestaciones son vidrieras y miniaturas.
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