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Pierre-Auguste Renoir se caracterizó por un colorido vibrante y luminoso, lleno de sensualidad, que aplicaba preferentemente a las figuras, sobre todo a los desnudos femeninos, cuya piel se convertía en el objeto receptor de la luz filtrada a través de los árboles. Su arte expresó siempre la alegría de vivir, desde el "Baile en el Moulin de la Galette" de 1876 a las bañistas de su última etapa.
Entre los restantes grandes maestros del grupo inicial, Camille Pissarro, que creó un tipo de paisaje equilibrado y apacible, estructurado por árboles, tejados y caminos, y Alfred Sisley, atento siempre a los juegos de la luz, fueron quizá los que mantuvieron una trayectoria más afín a los principios y temas impresionistas originales.
Fuera de Francia, por otra parte, el impresionismo alcanzó también gran difusión. Entre las escuelas más notables cabe citar la alemana, con Lovis Corinth y Max Liebermann, la británica, en la que destacaron Walter Sickert y Wilson Steer, y la española, con Darío de Regoyos, Aureliano de Beruete, Santiago Rusiñol y, más tardíamente, Joaquín Sorolla.
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