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Con el estilo Luis XV Francia continuó, durante el siglo XVIII, marcando la moda en el mobiliario, que adquirió un aspecto cómodo y elegante, aunque en exceso recargado, con motivos asimétricos y vegetales, y rocallas (decoración disimétrica que imita rocas y conchas). Se crearon tipos nuevos como la cómoda y la chaise-longue, o pequeño lecho para reposar, y sobresalieron excelentes ebanistas, entre ellos Charles Cressent, y maestros en el bronce como Jacques Caffieri. En la Gran Bretaña triunfó en esta época el estilo Chippendale, en el que se combinaban motivos orientales, góticos y rococós. En las sillas se incorporaron respaldos calados y patas curvas.
La reacción contra el rococó, en tiempos de Luis XVI de Francia, impuso unas formas sencillas con recuerdos grecorromanos. En la Gran Bretaña, esta vuelta al clasicismo tuvo su traducción particular en el estilo creado por Robert Adam.
A principios del siglo XIX, tras las campañas napoleónicas, apareció un mobiliario de estilo imperial, caracterizado por el empleo de la caoba y elementos decorativos antiguos, como esfinges, águilas y leones. Al caer el imperio francés, volvieron a dominar las líneas curvas y se buscó una mayor comodidad, rasgos reconocibles en el estilo restauración, de Francia, y en el Biedermeier, de Alemania. A su vez, el romanticismo recuperó los gustos del pasado y llevó a cabo una imitación de estilos medievales, renacentistas o rococós.
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