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Desde el siglo XIII, en el que la obra de Giotto dio un extraordinario auge al muralismo, se sucedieron los grandes maestros que emplearon las técnicas murales. Así, en el Renacimiento se realizaron algunas de las cumbres del muralismo, como los frescos de la capilla Sixtina, de Miguel Ángel, o la "Última cena", de Leonardo. La vigencia del muralismo pasó por períodos alternados de auge o de menor interés para los pintores, aunque mantuvo su importancia y sirvió para que se compusieran conjuntos como el de los murales de la ermita de San Antonio de la Florida, en Madrid, de Francisco de Goya.
Esta tradición pictórica milenaria, también practicada por alguna cultura precolombina, como la maya, reapareció a partir de la década de 1920 en México, país que en esos momentos estaba emergiendo de un proceso revolucionario, y cuyos artistas vieron en el muralismo el mejor camino para plasmar sus ideas sobre un arte nacional, popular y revolucionario.
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