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La arquitectura gótica, al presentar escasos muros, limitó los espacios físicos de la pintura. Hubo que buscar nuevos soportes, como la vidriera, y explotar los hallazgos del pasado, como la miniatura. Las vidrieras y la iluminación de manuscritos configuran el llamado estilo franco-gótico de los siglos XIII y XIV. Con sus vivos colores y el dominio de la línea, dejarían paso al estilo italiano, creado a fines del siglo XIII por artistas como Cimabue. Preocupado por la representación espacial y las figuras volumétricas, alcanzó su máxima expresión con Giotto di Bondone, de la escuela florentina, Duccio di Boninsegna, de la sienesa, y Simone Martini.
A fines del siglo XIV, el estilo de la escuela de Siena asumió algunos rasgos propios de la pintura franco-gótica. Apareció así un tercer estilo pictórico, el internacional, caracterizado por la estilización figurativa sienesa, un rico colorido y la valoración de lo anecdótico. Sus mejores ejemplos son las miniaturas creadas en la corte del duque de Berry.
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