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Contemporáneos de los realistas franceses fueron escritores británicos como Charles Dickens y Anthony Trollope, que denunciaron las miserias y desigualdades ocasionadas por la revolución industrial en la sociedad victoriana. El realismo estadounidense, tímidamente presente en Washington Irvig y Edgar Allan Poe, contó en el tránsito del siglo XIX al XX con una serie de escritores caracterizados por su visión pesimista de la vida en los Estados Unidos, entre ellos Theodore Dreiser que sentaron las bases filosóficas y formales de novelistas posteriores como James T. Farrell y William Faulkner.
Hacia 1870 se produjo el gran esplendor de la novela rusa, influida por el apogeo del realismo occidental, con autores de la talla de Liev Tolstói y Fiódor Dostoievski. En España, por aquella época, pasada la revolución de 1868, comenzó a cultivarse la novela realista, centrada, por un lado, en la descripción del mundo urbano y, por otro, en la de ambientes rurales. En la primera tendencia, la de Benito Pérez Galdós, autor de Fortunata y Jacinta (1887), el protagonista era el ser humano, la sociedad; en la segunda, en cambio, dominaba la naturaleza, como ocurría en las obras de José María de Pereda.
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