Velázquez, Diego - pág.3

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La última etapa de la carrera de Velázquez se inició con su segundo viaje a Italia en 1649 al objeto de adquirir lienzos y esculturas para la colección real. A esta segunda estancia italiana pertenecen dos de sus trabajos más conocidos, el retrato del papa Inocencio X, que durante mucho tiempo constituyó la base de su celebridad internacional, y las dos pequeñas vistas de la villa Medici de Roma, únicos ejemplos sobrevivientes en su pintura de paisajes puros, que por su extrema libertad de pincelada y fluida técnica bastan para justificar la consideración tradicional de Velázquez como el principal precursor del impresionismo. Fue de hecho la plasmación de las formas revestidas de dinamismo y sometidas a una iluminación fugaz una de las cuestiones que más preocupó al artista sevillano en la etapa final de su vida creativa. Algunos autores atribuyen también al período italiano la Venus del espejo, raro ejemplo de desnudo en el arte español de la época. En 1651 retornó a Madrid, donde su nombramiento como aposentador de palacio, cargo que implicaba la dirección de todas las tareas decorativas, no le impidió continuar desarrollando una fecunda labor creativa. Culminación de ella fueron Las hilanderas o La fábula de Aracne (1655), que unía las dos escenas cotidianas y mitológicas representadas en el cuadro por medio de una sutil perspectiva aérea -basada en la matización de luz y color-, y sobre todo Las meninas (1656), complejísima composición cuyos efectos lumínicos y espaciales llevaron el arte de Velázquez a una suprema apariencia de realidad.