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Éstos, a su vez, lo transmitieron durante la edad media a Europa, en particular a Italia y España. Uno de los primeros tratados que se conocen en lengua castellana, gracias a la labor de traducción de Alfonso X el Sabio, es el Libro de ajedrez, dados y tablas, que data de 1283 y que se conserva en la biblioteca del monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
En el curso del Renacimiento el ajedrez alcanzó una amplia difusión por toda Europa. A finales del siglo XVI comenzaron a celebrarse los primeros certámenes ajedrecísticos, destacando figuras tan brillantes como el español Ruy López de Segura, y, ya en la centuria siguiente, el italiano Gioacchino Greco.
En el siglo XVIII la técnica del juego fue revolucionada por el belga André Philidor, imbatible en su época, que aplicó una metodología científica al estudio de los movimientos.
Durante el transcurso del siglo XIX destacaron el alemán Adolf Andersen, el checoslovaco Wilhelm Steinitz y el estadounidense Paul Morphy, y, ya en el siglo XX, el tablero dio nombres tan insignes como el cubano Raúl Capablanca, el estadounidense Robert (Bobby) Fischer, el ruso nacionalizado francés Alexander Alekhine y los soviéticos Mijaíl Botvinnik, Mijaíl Tal, Anatoli Kárpov y Gari Kásparov.
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