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El gobierno absolutista de Fernando VII, monarca caracterizado por su ineptitud, vino a oscurecer aún más el panorama de un país arruinado por la guerra, expoliado en sus tesoros artísticos, privado de sus hombres más capaces, que fueron ejecutados, encarcelados o tuvieron que partir al exilio, y despojado de sus recursos americanos por la abierta rebelión de las colonias.
En 1820, un pronunciamiento militar obligó al rey a jurar la constitución. Durante tres años, el llamado trienio liberal, rigió nominalmente la legalidad constitucional en un país agitado por la discordia civil. La intervención de las potencias europeas, que decidieron la invasión de España por un ejército francés (los "cien mil hijos de san Luis"), devolvió a Fernando VII el poder absoluto. Con una nueva persecución de liberales comenzó la llamada década ominosa (1823-1833). La situación económica no mejoró, la inestabilidad política se hizo endémica, con constantes pronunciamientos, rebeliones y persecuciones políticas. Una facción más absolutista que el propio Fernando VII comenzó a maquinar la sustitución del rey por su hermano Carlos.
Isabel II. Cuando Fernando VII murió, en 1833, se encendió la guerra civil entre los partidarios de su hija Isabel, nacida tres años antes, y los del infante Carlos. Pese a que los carlistas no llegaron a ocupar ninguna ciudad importante, dominaron sobre amplias zonas del País Vasco, Cataluña, Valencia, Aragón y La Mancha.
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