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A partir del debilitamiento de la Horda de Oro a mediados del siglo XIV y su final derrota en 1380 a manos del gran duque Dmitri Donskói, la influencia de Moscú fue en aumento. Con la caída de Constantinopla en 1453, la Iglesia Ortodoxa reconoció a Moscú como la sucesora de ésta, en buena medida por el matrimonio de Sofía (Zoé), sobrina del último emperador bizantino, con el gran duque moscovita Iván III. El gobierno de Iván III se caracterizó por la incorporación de los poderosos estados de Nóvgorod y Tver, la conquista de la porción occidental de la Rusia kieva, y la invasión del territorio de Lituania. A principios del siglo XVI, Moscú controlaba ya toda la Rusia septentrional, así como las regiones de Belarrús y Ucrania. El sucesor de Iván III, su hijo Basilio III Ivánovich, fortaleció el poder de la monarquía e incorporó al trono de Moscú las tierras de Pskov, Riazán y Smolensk. Asimismo, hizo frente a la guerra con Lituania, iniciada en tiempos de su padre, y la ruptura de relaciones entre Moscú y el khanato de Crimea, que sobrevino a la muerte del khan Mengli Giray, de Crimea, en 1515. Sin embargo, los éxitos de Basilio se vinieron abajo con su muerte en 1533 y el nombramiento como sucesor en el trono de su hijo de tres años de edad, Iván.
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