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Los terrenos preexistentes, producto de las dilatadas sedimentaciones de eras anteriores, experimentaron una poderosa compresión seguida de levantamiento, el cual se extendió tanto en América, con la formación de los Andes, como en Europa, donde se originaron los Pirineos, los macizos alpinos, los Cárpatos, los Balcanes, los Apeninos y las montañas del Cáucaso, y también en Asia, con la aparición del Himalaya.
En cuanto a las masas continentales, Europa y Asia estuvieron separadas por el mar. Hacia el noroeste, el zócalo europeo se hallaba unido con Norteamérica, como lo atestiguan los numerosos ejemplos de fósiles, tanto de vegetales como de animales, comunes a ambas zonas. Sudamérica constituía un bloque propio, distanciado de la América septentrional, salvo en cortos períodos en que las dos masas de tierra se unieron transitoriamente por el istmo de Pathamá, lo que permitió el intercambio faunístico entre el norte y el sur. Lo propio ocurrió entre América y Asia, donde se estableció, también temporalmente, un puente intercontinental por el estrecho de Bering y de esta forma muchas especies animales de la zona siberiana pasaron a Norteamérica.
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