PERSÉPOLIS

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Rodeados por tierras áridas y montañosas, los imponentes restos de Persépolis, la antigua capital persa, son el mejor testimonio del esplendor de un imperio que dominó sobre las grandes civilizaciones del cercano oriente, desde Egipto hasta la India. En la parte sudoccidental de Irán, región en la que tuvo el pueblo persa su primer asentamiento, se hallan, a cincuenta kilómetros de la ciudad de Shiraz, las ruinas de la antigua capital de los soberanos aqueménidas, extraordinariamente bien conservadas gracias a las montañas que las han protegido del viento y la arena del desierto. La ciudad de Parsa, que luego los griegos llamaron Persépolis, se comenzó a construir el año 518 a.C., cuando Darío el Grande decidió levantar una nueva capital. El palacio que edificó Darío fue superado en monumentalidad por los que sucesivamente fueron construyendo sus descendientes durante siglo y medio, y muy particularmente Jerjes. Alejandro Magno ordenó el año 330 a.C. el incendio de Persépolis, después de haber habitado en ella, venganza por la destrucción de Atenas que siglo y medio antes habían llevado a cabo los ejércitos persas. Algunos decenios más tarde la ciudad fue abandonada. El conjunto monumental está edificado, a la manera asiria, sobre una gran terraza a la que da acceso una doble escalinata decorada con relieves. Esta escalinata culmina con la puerta de Jerjes, o de las Naciones, adornada con toros alados.