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Su culto, que se extendió más allá de Egipto, no se extinguió ni siquiera después de la ruina del imperio tebano, ya que se convirtió en el símbolo del nacionalismo egipcio.
La popularidad del culto a Amón, en los siglos siguientes, pasó por diversas fases, pero se mantenía en un plano destacado aún en tiempo de Alejandro Magno, quien embelleció notablemente el templo de Luxor. Desplazado de forma gradual por los dioses Isis y Osiris, el culto a Amón llegó hasta Grecia, primero, y después a Roma, lugares en que se le identificó, respectivamente, con Zeus y Júpiter.
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