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El gran juego - pág.130
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Por mucho que niegue verbalmente su culpabilidad, el que ha cometido un crimen, experimentará una conmoción interna cuando se le pregunte por los detalles más espeluznantes de su acción. Tal conmoción emotiva se traducirá a escala cutánea por un aumento de la transpiración que disminuye la resistencia de la piel a una débil corriente eléctrica. Este hecho será registrado con exactitud por el detector de mentiras. Aunque la eficacia de este aparato ha sido puesta en cuestión desde el punto de vista criminológico, una cosa está clara: nuestra piel es comúnmente fiel reflejo de nuestras emociones, como el miedo, la ira, el odio.
La fotosensibilidad de la piel es la facultad que la epidermis de la mano o las yemas de los dedos tienen de percibir los matices del colorido. El psicólogo soviético Leontiev investigó mucho sobre los efectos sensitivos que se producían en la superficie de la mano bañada por una luz roja o verde. Él demostró que a un sujeto se le puede enseñar, bajo determinadas condiciones, a distinguir, aunque sólo sea vagamente, los rayos luminosos mediante la piel de la mano. Quizá de esta interrelación entre lo lumínico y lo táctil surgirá la futura visión de los ciegos.
Los norteamericanos no sólo son reacios a olerse entre sí, sino que tampoco son muy dados a tocarse. Sin embargo, el tacto posee una clase especial de proximidad, puesto que cuando una persona toca a otra, la experiencia es total e inevitablemente mutua.
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