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El gran juego - pág.326
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Si los hombres fueran todos buenos, este precepto no sería correcto, pero - puesto que son malos y no te guardarían a ti su palabra- tú tampoco tienes por qué guardarles la tuya.
Los principales fundamentos de los Estados son buenas leyes y buenas armas.
Se puede ver el talento de un Príncipe por los hombres que tiene alrededor. Si son suficientes y fieles, se le puede considerar inteligente.
El que conquiste otro principado debe observar dos máximas: extinguir la estirpe del antiguo Príncipe y no cambiar las leyes e intereses particulares. Así, en poco tiempo se une al principado antiguo y se convierte en un solo cuerpo.
Las armaduras de los demás, o se te caen de los hombros, o te pesan, o te aprietan. No se debe el Príncipe fiar de fuerzas ajenas a su servicio.
Todos los Príncipes que han pensado más en las delicias de la vida que en las armas, perdieron su Estado.
En la paz se debe ejercitar más que en la guerra. Esto se debe hacer con acciones y con planes.
Hay que ser prudente para evitar la mala fama de los vicios que le harían perder el Principado y preservarse, si es posible, de los que no se lo harían perder.
No preocuparse de ser tachado de tacaño, porque con el tiempo siempre será considerado más liberal al ver sus súbditos que gracias a su parsimonia sus rentas le bastan, puede defenderse de quien le hace la guerra, puede acometer empresas sin gravar a sus pueblos.
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