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En el momento menos pensado iniciará una campaña sorpresiva fulminante con todos los recursos a su alcance, los cuales deberán exceder por mucho los que utilizó hasta el momento. Como sabrá sus puntos débiles, ahí concentrará sus fuerzas y ahí dirigirá todos los golpes. Como conocerá que es lo más valioso para él, sabrá como arrebatarlo o destruirlo. Como conocerá dónde el adversario es fuerte, evitará luchar en esas condiciones; estará seguro porque habrá tomado medidas ante sus posibles reacciones. Como usted sabe que a veces surgen imprevistos, tendrá una reserva de medios que empleará para esos menesteres o para acabar de destruir al enemigo. Como entiende que hay que emplear la flexibilidad, tendrá planes alternativos para posibles cambios de situación. Como usted sabe buscar y crear la sorpresa, ésta será múltiple: por la intensidad, por el momento y por la procedencia.
Para llevar a cabo un buen ataque, deberá causar en el enemigo la sensación de que es acosado las veinticuatro horas del día. Como usted no dispone seguramente de ese tiempo, recurrirá a los enemigos de su enemigo, dándoles razones para atacarlo. Si no los tiene o no lo quieren atacar, entonces usted creará enemigos artificiales mediante la difamación, la mentira, y los rumores sin el menor escrúpulo: en la guerra todo medio es lícito, el vencedor reescribe la Historia.
No importan las capacidades de los aliados: desde un hombre fornido que lo amedrente hasta una mujer histérica que lo moleste telefónicamente, son útiles, pues crean en su enemigo la sensación de que es atacado por varios frentes y no le deja un momento de respiro.
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