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Pero, más que por su poderío político, destacó esta cultura por su extraordinario desarrollo artístico y científico, que alcanzó su plenitud entre los siglos IV y X de la era cristiana.
La altiplanicie central mexicana conoció diversas civilizaciones, entre las que destacó, por su carácter unificador, la de Teotihuacan, metrópoli comercial, política y religiosa cuya influencia cultural se extendió más allá del altiplano, hasta Centroamérica y el norte de México.
Teotihuacan fue destruida hacia el año 700, probablemente por los pueblos toltecas, venidos del norte, que invadieron el altiplano y establecieron su capital en Tula.
Los siglos VIII y IX fueron un período de confusión, en el que las grandes civilizaciones clásicas mesoamericanas se derrumbaron, víctimas de invasores o de sus propios conflictos sociales internos. Las culturas posclásicas adquirieron un carácter mucho más bélico que las que las habían precedido: edificaron grandes murallas y fortificaciones defensivas y dieron culto preferente a deidades de la guerra que exigían sangrientos sacrificios.
Al comenzar el siglo XII, los náhuatl, pueblos venidos del norte, se impusieron a los toltecas y extendieron su poder sobre la altiplanicie, al tiempo que asimilaban rápidamente la cultura de los vencidos.
Una tribu náhuatl, la azteca, establecida desde el año 1325 en Tenochtitlan, en el valle de México, comenzó una irresistible expansión demográfica, económica y militar.
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