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El gran juego - pág.188
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Hasta el más mínimo detalle, un determinado perfume, puede inducir al deseo, al fin de la seducción. Porque seducimos para ser deseados. Necesitamos ser apreciados por lo que somos pero nos ayudamos de lo que no somos para asegurar ese deseo. Los estímulos sexuales se pueden comunicar a través de todas las formas de percepción sensorial. Lo sabemos e intentamos potenciar cualquier estimulo que nos lleve al ansiado objeto del deseo. Jugamos con los símbolos tipificados por la sociedad, que los llena de un significado estimulante de total atracción.
¿Por qué una determinada prenda de vestir es más sensual y erótica que otra? Nos atrae un individuo y nos planteamos un reto, seducir es un desafío hacia nosotros mismos. El proceso acentúa nuestra identidad. De ahí, la necesidad de algunas personas, o la imposibilidad de mantener relaciones estables. Necesitan estar constantemente seduciendo. Y lo que realmente necesitan es la aprobación de los demás. Necesitan la afirmación del sujeto al que desean.
Aquí podría estar el origen de la seducción patológica. Porque al seducir de una forma que no llegamos a controlar, comenzamos a anularnos a nosotros mismos. Porque poniendo en funcionamiento los mecanismos de la seducción una y otra vez, éstos irán creciendo de tal forma que llegarán a iniciar una adicción a la estrategia de la ilusión. Llegaremos a ser un producto construido por signos con un sólo fin: llegar al deseo. Porque para la seducción el deseo es un mito.
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